viernes, 20 de septiembre de 2024

Dominique Pélicot no es un monstruo

 


Artículo de Silvia Cosio, Público, 20 de septiembre de 2024.

Foto: Público, 20 de septiembre de 2024.

A lo largo de mi vida he participado en dos campañas electorales y lo más complicado fue, aparte de sobrellevar el ego de algunos candidatos, aprender a equilibrar con un discurso matizado el tono mitinero que se espera de toda campaña. Lo sencillo y cómodo es apelar a los tuyos, tirar de los greatest hits y conseguir el aplauso entusiasmado en el mítin, pero el quid de una elección está en ganarte a la mayoría y no solo a los ya convencidos. Así que al final no queda más remedio que  aprender a matizar propuestas, a modular el lenguaje, a explicar lo que se quiere decir, a tratar de no asustar o evitar caer en polémicas que te arrastren a discusiones viciadas de antemano. Con el feminismo pasa lo mismo: que muchos de  los eslóganes que desde dentro se interpretan a la perfección parecen sonar desafinados o chirriantes para quienes no estén acostumbrados a su melodía. Y entonces volvemos a resucitar viejas discusiones vacías de contenido o ya agotadas en las que la pedagogía y las explicaciones se pierden entre tantos golpes de pecho y not all men.

No voy a negar que cuando escucho expresiones del tipo "los hombres son violadores en potencia" me pongo tensa, no porque me parezca que esta expresión no sea correcta o o descriptiva, sino porque me parece que necesita ser matizada y explicada con calma, sobre todo cuando se dice algo tan contundente y descontextualizado en la esfera pública, especialmente en un programa de televisión donde priman los gritos y los zascas y corres el riesgo de que frases de este tipo se vuelvan como un boomerang contra nosotras. Y ya tienes la polémica de la semana montada donde los argumentos se replican con victimismo y nadie parece querer escuchar ni aprender porque es mucho más viral y popular hacerse el ofendido o lanzar un tuit ingenioso. Mirad, estoy escribiendo estas líneas y al mismo tiempo estoy cayendo en la contradicción, pues en mi cabeza no paro de repetirme que estoy (estamos) harta(s) de tener que educar a los demás, y me pregunto que por qué tenemos que estar siempre explicándonos, matizando y haciendo pedagogía. Pues porque en eso precisamente se basa el cambio social, en aprender. Y para aprender alguien tiene que enseñar.

La expresión "los hombres son violadores en potencia" lo dice todo y a la vez no dice nada. Es un eslogan pegadizo y vacío de significado que se puede llenar con cualquier cosa y que se arriesga a ser interpretado, si se suelta de forma descontextualizada en un medio o ante el receptor inadecuado, como una apelación esencialista en la que se defiende que hay una forma natural de ser "hombre" -la violencia- frente a otra forma natural de ser "mujer" -la ternura, los cuidados-. Ya sabéis, los hombres son de Marte y las mujeres blablablá. Y en medio de la refriega y la andanada que monta la machosfera cuando se siente insultada -pues vive y se crece gracias a los malentendidos- es muy difícil hacerse escuchar para matizar que los conceptos "hombre" y "mujer" son construcciones sociales y que el patriarcado ha modelado absolutamente todas las formas en las que nos relacionamos, vivimos, pensamos y hasta follamos. Y que lo que queremos decir es que existe algo llamado la cultura de la violación de la que participamos todos como sociedad, -la ciudadanía y las instituciones-, que justifica, condona y hasta alienta la violencia sexual contra las mujeres -pero también contra los menores de edad y otros hombres-. De ahí la importancia del matiz, de la pedagogía, de la discusión serena... hasta que te enteras del caso Pélicot y entonces toda esta discusión política y filosófica se transforma en pena e indignación mientras te consume esa terrible sensación de que vivimos un bucle eterno de violencia contra las mujeres en el que ya no caben los matices, solo la pura rabia.

Tras conocer los detalles de la tortura a la que fue sometida Gisèle Pélicot durante casi diez años por quien fue su marido y padre de sus tres hijos e hijas puedes sentir como a tus labios acude sin pensarlo la palabra "monstruo" para describir al torturador de Gisèle. La tentación de pensar a Dominique Pélicot como alguien monstruoso, un ser malvado y excepcional que se escapa de la norma social, que desborda los marcos racionales del comportamiento aceptado y aceptable -como Dennis Rader practicando con una cuerda cómo hacer nudos con los que asfixiar a sus víctimas mientras ve la televisión con su esposa una noche cualquiera-, es enorme. Es el cuento que nos contamos por la noche para irnos a dormir más tranquilas, es la mentira consoladora. Porque Dominique no actuó solo, otros ochenta y tres hombres acudieron durante casi diez años a violar a Gisèle mientras esta yacía inconsciente, con la mente ausente pero no el cuerpo, que se quejaba de dolor. Durante casi diez años ochenta y tres vecinos de Gisèle, de todas las edades, procedencias, niveles educativos y bagajes acudieron, al menos una vez, a casa de los Pélicot para violar a Gisèle siguiendo de manera escrupulosa y fiel las instrucciones de su torturador para no dejar pruebas de lo que le habían hecho a su víctima.

Durante casi diez años en un pueblo, Mazan, de a penas seis mil habitantes, estos ochenta y tres hombres construyeron una hermandad de solidaridad, una omertá de silencio tan potente que treinta y dos de ellos todavía no han sido identificados ni detenidos. Otros tres hombres más se negaron a participar pero ninguno de ellos levantó la voz de alarma y con su silencio dejaron que el horror y las torturas a Gisèle continuaran. En un pueblo de seis mil personas no puede haber ochenta y seis monstruos. Ni Dominique ni los ochenta y cinco hombres restantes son, por tanto, la excepción, sino que son la norma.

Desde Zeus adoptando la forma de un toro para violar a Europa hasta el beso forzado a Jennifer Hermoso podemos trazar una línea clara que muestra a la perfección cómo hemos construido una sociedad que ha dado forma a una cultura que alienta y entiende que los hombres tienen derecho a acceder al cuerpo de las mujeres como y cuando quieran, y donde el deseo, la mirada y la voluntad masculina se anteponen e imponen a la mirada, el deseo y la voluntad de las mujeres. Esta construcción cultural es la que explica, por ejemplo, los feminicidios de Ciudad Juárez o los abusos de la Iglesia Católica a menores tolerados y silenciados durante décadas, o los crímenes de honor o la obsesión por la virginidad femenina y el body count o  la existencia de la(s) Manada(s) o el burka... pero sobre todo explica la indiferencia que, como sociedad, mostramos ante la violencia naturalizada y cotidiana que sufren las mujeres.

Si nos damos un paseo por los periódicos nacionales solamente en esta segunda semana de septiembre nos encontramos con siete empresarios murcianos que prostituyeron a menores vulnerables y que van a librarse de la cárcel pagando indemnizaciones ridículas a sus víctimas, con un tipo que le ha pegado fuego a su novia en Vigo del que hemos sabido también que tuvo una pareja que supuestamente se suicidó de un disparo en la cabeza a pesar de que la única persona que tenía acceso a las armas de fuego fuera el ahora detenido, mientras que otro hombre le ha amputado la mano a su esposa en Cataluña y se ha dado a la fuga, que la mujer cuya desaparción su esposo falsamente había denunciado fue hallada muerta en un zulo de su propio hogar y que al fin se va a investigar como un feminicidio la muerte de Ana Buza, de 19 años, después de que su familia peleara durante años denunciando que la investigación se había hecho de  forma chapucera y prejuiciosa. Todo esto ha ocurrido en una semana y solo en España. Y no pasa nada, estas noticias no abren los noticiarios, ni nos quitan el sueño, ni hay guardias armados protegiendo a las mujeres por la calle, ni se decretan medidas extraordinarias, ni se abren comisiones de investigación,  ni se hacen ya casi comparecencias institucionales.

Y es esta cultura, este pensamiento hegemónico -que no necesariamente mayoritario- lo que el feminismo ha venido a destruir y a abolir, y no a los hombres, como la propaganda ridícula de la manosfera y la reacción nos quieren vender. Por eso es importante que evitemos caer en la trampa de ciertos debates bizantinos alimentados por quienes les interesa que el feminismo y el discurso político queden caricaturizados como una guerra entre los sexos, como una pelea entre hombres y mujeres. Pero al mismo tiempo debemos y tenemos que exigir al conjunto de los hombres que den un paso al frente y comiencen a denunciar una cultura que les privilegia y que da coartada y aliento a los Dominique Pelicot que habitan este mundo, y tienen que hacerlo para que los ochenta y seis hombres de Mazan dejen de ser la norma y se conviertan en la vergonzosa excepción.


¿Y si el 'problema' de la inmigración del CIS fuera humanitario?


Articulo de Lucila Rodríguez-Alarcón, Público, 20 de septiembre de 2024.

Foto: Europa Press, Público, 20 de septiembre de 2023.

Si el 3 de septiembre me hubieran preguntado que cuáles son los problemas de España, quizás habría mencionado la migración. No porque me parezca que los migrantes son un problema para nuestro país, sino porque creo firmemente que el discurso de odio y la desinformación, sumados a las medidas inhumanas que nuestro gobierno está poniendo en marcha para enfrentarse a los flujos migratorios, son un enorme problema. La desafección social que se está generando es un enorme problema también, trascendiendo el hecho mismo de la migración.

La pregunta que el CIS no permite responder es cuánta gente hay como yo, horrorizada con el control migratorio y el discurso del odio, que haya situado la migración como uno de los tres primeros problemas de nuestro país.

La propia encuesta del CIS da algunas pistas que no se pueden obviar. Más del 70% de las personas encuestadas declaran estar muy o bastante preocupadas por las desigualdades mundiales entre países ricos y pobres, que la mayoría estiman que se han incrementado en los últimos años. También se sitúa en torno al 70% las personas muy o bastante preocupadas por la guerra de Ucrania y la guerra de Oriente Medio, que sería la de Gaza. Estos datos no evocan que entre los encuestados haya un desinterés humanitario, sino más bien lo contrario. Hablan de unas personas que se sitúan en un contexto internacional que perciben como preocupante pese a que a ellos no les afecta. Y así lo refleja la pregunta relativa: ¿Y cuál es el problema que a usted personalmente, le afecta más? Donde la migración cae al quinto puesto muy por detrás de la economía, el paro, la sanidad o la vivienda.

Por otro lado, el orden de las preguntas también podría haber influido en las respuestas a la pregunta principal -que era libre- sobre los problemas. Así lo explicaba el politólogo Alejandro Solís a Publico. Las preguntas sobre las desigualdades y otra pregunta adicional que vincula desigualdad con inmigración están antes de la pregunta estrella: "¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?". El subconsciente de las encuestadas ya está marcado y predeterminado y posicionará a la inmigración en un espacio mayor de lo que lo haría si la pregunta sobre el problema hubiese sido la primera.

La migración es el trampantojo del debate público. Nada más publicarse el CIS una horda de comentaristas, sin haber leído más que los titulares, se lanzaron a abrir una línea discursiva sobre una presunción negativa de un resultado mal analizado. Todo es plano en el debate sobre las migraciones, cuando se trata de un tema multidimensional y transversal. Lo que nos enseñan no es la realidad, lo que se debate muchas veces no existe.

En el año 2016 la Fundación porCausa llevó a cabo un test de asociación implícita, basado en los desarrollados por la Universidad de Harvard, con el fin de determinar si la migración era percibida de forma subconsciente como algo malo. Este test completaba de forma cualitativa una encuesta cuantitativa que habíamos realizado con Metroscopia, en el que más del 80% de las personas había declarado que apoyaban la migración y simpatizaban con los migrante-¡que tiempos aquellos! El resultado del test de subconsciente fue que más del 80% de las personas que participaron en él, relacionaban la migración con el concepto de malo. Dentro de ese 80% había personas del equipo y del entorno de la Fundación, para las que "malo" venía asociado a la gestión migratoria y no al migrante ni al movimiento migratorio. Este podría haber sido perfectamente el caso de los datos del CIS. Ahí el debate entonces debería de ser si la política de migraciones de España debe seguir siendo gestionada prioritariamente por el Ministerio del Interior, como si se tratase de un problema de seguridad nacional, pese a no contar con el respaldo de la población española. Quizás el CIS nos está explicando que estamos cambiando, que existe un resurgir de lo social, que las personas estamos hartas de odio y mentiras, que queremos una sociedad más justa, más igualitaria. Es posible que estemos diciendo basta ya de usar nuestro dinero para crear tanta muerte innecesaria.

Mi percepción personal e intransferible es que los datos del CIS son positivos. Creo que reflejan un cambio de tendencia que desde la Fundación estamos percibiendo en la acogida de nuestros materiales y nuestros trabajos y en el crecimiento de nuestra comunidad. Cada vez somos más las personas que confiamos en que haya un cambio de deriva y trabajamos para que así sea. Porque al final, el bien común es la base del bien individual, y las sociedades igualitarias son las más prósperas. Y eso no tiene color político, aunque las tertulias se empeñen en decir lo contrario.