El mundial de fútbol, Suráfrica, cataliza estos días todas las emociones. El mundo entero corre detrás un balón. Con la mirada, al otro lado de una pantalla de televisión. Con la intención de ganar. Y si llega la derrota, da igual. El espectáculo sigue. Detrás de otro favorito.
A los jugadores de la selección española les han prometido montes y morenas si ganan el mundial. Una pasta gansa que para sí quisieran las amistades y familiares en paro de Casillas. De momento, han cosechado una derrota en el estreno. Pero eso es lo de menos. Las primas son sólo una parte del suculento negocio del fútbol, que, cual rito religioso, interrumpe jornadas de trabajo, marca el tiempo del ocio, decide sobre el entusiasmo colectivo y le pone nombre: la Roja.
Pues ahora que no se puede hablar de otra cosa, hablemos de balones y de las promesas incumplidas de la Fifa, la organizadora del mundial. La campaña Ropa Limpia ha puesto sobre el césped la otra cara de los balones, esos que fabrican niños y niñas, entre otras personas explotadas, en países como Pakistán. O en China, ese gigante del capitalismo sin derechos y sin democracia al que ninguna potencia mundial bloquea porque ya es propiedad de sus empresas.
Esta semana conocí a Mohamed y a Zubair, dos niños pakistanís, que acaban de llegar a León. Viven con su padre. La otra parte de la familia, con la madre, quedó en Islamabad. Están escolarizados en dos centros de León y fueron vacunados antes de contar con una tarjeta de identidad. Mohamed y Zubair no tendrán que ir a trabajar a una fábrica de material deportivo, aunque su padre es una de las treinta y tantas mil personas que están en paro en León. Muchos niños y niñas en su país lo harán. Y todavía hay quien se sorprende y se indigna de que la gente emigre. Eso es echar balones fuera.
A los jugadores de la selección española les han prometido montes y morenas si ganan el mundial. Una pasta gansa que para sí quisieran las amistades y familiares en paro de Casillas. De momento, han cosechado una derrota en el estreno. Pero eso es lo de menos. Las primas son sólo una parte del suculento negocio del fútbol, que, cual rito religioso, interrumpe jornadas de trabajo, marca el tiempo del ocio, decide sobre el entusiasmo colectivo y le pone nombre: la Roja.
Pues ahora que no se puede hablar de otra cosa, hablemos de balones y de las promesas incumplidas de la Fifa, la organizadora del mundial. La campaña Ropa Limpia ha puesto sobre el césped la otra cara de los balones, esos que fabrican niños y niñas, entre otras personas explotadas, en países como Pakistán. O en China, ese gigante del capitalismo sin derechos y sin democracia al que ninguna potencia mundial bloquea porque ya es propiedad de sus empresas.
Esta semana conocí a Mohamed y a Zubair, dos niños pakistanís, que acaban de llegar a León. Viven con su padre. La otra parte de la familia, con la madre, quedó en Islamabad. Están escolarizados en dos centros de León y fueron vacunados antes de contar con una tarjeta de identidad. Mohamed y Zubair no tendrán que ir a trabajar a una fábrica de material deportivo, aunque su padre es una de las treinta y tantas mil personas que están en paro en León. Muchos niños y niñas en su país lo harán. Y todavía hay quien se sorprende y se indigna de que la gente emigre. Eso es echar balones fuera.
Artículo: Ana Gaitero, Diario de León, 19 de junio de 2010
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