La Real Academia de la Lengua, que acaba de publicar la
edición número 23 de su Diccionario, dice que los gitanos somos unos trapaceros.
¡Manda huevos! Que dijo con gran acierto y mucho enfado quien fuera Presidente
del Congreso de los Diputados sin apercibirse de que su micrófono permanecía
abierto.
Hemos intentado averiguar que cosa es
ser un trapacero y nos hemos quedado muy
tranquilos porque, por fin, los sesudos académicos de la Real Academia de la
Lengua, tras devanarse los sesos, han decidido equipararnos a los más conspicuos
personajes de la vida pública española. Don Mariano Rajoy y todos los miembros
de su Gobierno, según algunos líderes de la oposición, son unos trapaceros.
¡Bien!
Pero cuando oímos a Don Cristobal
Montoro, especialmente en la sesión parlamentaria de control del Gobierno,
dirigirse a la bancada socialista llegamos a la conclusión de que Don Pedro
Sánchez y todos sus correligionarios son unos trapaceros. ¡Bien!
Y tal como andan las cosas en Cataluña,
y por lo que oímos cada día, Don Artur Mas, Don Oriol Junqueras, la señora
Camacho y el señor Iceta son unos redomados trapaceros. ¡Bien!
De la misma forma que integran un
numerosísimo ejercito de trapaceros todos aquellos que en decir de Don Pablo
Iglesias integran “la Casta” política de este país.
Por desgracia para el sistema de
libertades que nos hemos dado los españoles y que garantiza la Constitución
Española, ésa que tras el largo túnel de la dictadura franquista, algunos
contribuimos a redactar, cada día son más los españoles que piensan que estamos
rodeados de trapaceros.
Pero, ¡ay amigo! Los señores y señoras
trapaceros de la Real Academia de la Lengua no se han atrevido a situar como
cuarta o quinta definición de los anteriores colectivos algo así como “en el
sentir popular, dícese de ellos que son unos trapaceros”. No se han atrevido. No
han sido capaces de “echarle huevos”, es decir, actuar valerosamente, como dice
la propia RAE en la acepción número quince de la palabra “huevo”.
Pero a los gitanos y gitanas de este
país, hombres y mujeres que llevamos años luchando por sacudirnos la ignominia
del analfabetismo, la esclavitud que supone tener el mayor índice de paro de
toda España, y de padecer los mayores grados de exclusión social, a nosotros sí
hay desvergüenza académica para llamarnos trapaceros. Estamos luchando por hacer
valer nuestra buena imagen que es la verdadera. Niños que van al colegio,
gitanas jóvenes que van a la universidad a pesar de que ellas y sus padres vivan
en condiciones que claman al cielo. Pero da igual. Creíamos que estos académicos
darían el paso decisivo para quitar de nosotros el sambenito que tan
injustamente nos acompaña porque todavía hay gente que ven en nosotros la imagen
de todos los males.
La RAE, con su nuevo Diccionario, ha
dado una inyección de ánimo y vitalidad a todos los racistas de este país que
ahora, como mal menor, seguirán llamándonos trapaceros.
Por cierto, que no se me olvide, la
definición que la Real Academia de la Lengua da a este término en su quinta
acepción, ─no se en que personajes estarían pensando los académicos─ al
referirse a nosotros es la siguiente: el
gitano es una persona “Que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un
asunto”.
¡Chorri baxt te aven!
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión
Romani
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