Dícese
de una profesión emergente, aquella que aún no ha alcanzado su estatus de
desarrollo, pero que ha avanzado más que sus competidoras. Es ese lugar en el
que está la Educación Social, ¿somos emergentes?.
Es
verdad que no pilotamos un Fórmula 1, pero todos sabemos que estamos en el “pit
stop”, somos elementos clave para ganar la carrera. Tampoco vamos a coronar la
cumbre, pero estamos en el campamento base dando instrucciones básicas y
necesarias con nuestra formación. Seguro que no vamos a construir el coche más
potente y veloz, pero si el más silencioso, que contamine menos, además vamos a
utilizar materiales reciclables.
No
somos líderes en audiencia, tampoco importa mucho, nadie lo es, a no ser que
manipulemos la información.
Al
final somos una profesión para producir cambios sociales, a través de poner a
disposición de las personas y colectivos las herramientas, la metodología, las
habilidades y los conocimientos necesarios para poder hacer frente a sus
propios retos, tanto económicos como sociales.
Por
todo esto, estamos en una situación de “amor y odio”, una profesión que impone,
que produce al menos inquietud. Muchas dudas surgen, hasta donde podemos
llegar, en que lugar están nuestras acciones e intervenciones, que finalidad tienen.
Producir cambios, igual no es lo que se quiere, mejorar la situación de las
personas y los colectivos, también es una búsqueda no reconocida. Pienso que
los Educadores y Educadoras Sociales están poniendo las bases de una mejor sociedad,
tanto cultural como social, y eso lo saben los que conocen y reconocen nuestro
trabajo.
Circulamos
por una carretera con muchas curvas y bonitos paisajes, eso supone atención y a
la vez disfrutar de lo que vemos y hacemos.
En
estos momentos la mejor forma de “emerger” es el poder hacer visible la
profesión, aprovechar para ello nuestra entorno de trabajo, los espacios
públicos, los lugares de encuentro, nuestros grupos, los medios de
comunicación, las redes sociales, …
Samuel N.P.
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