Lidia Falcón, Público, 17 de agosto de 2019
Quinientas personas, hombres, mujeres, niños de todas las edades, se amontonan como ganado en la cubierta y en los camarotes y en la sentina de varios barcos de ONGs dedicados s salvar de la muerte a otros seres humanos desgraciados, arriesgando incluso su libertad.
Pero ninguno de los gobernantes que forman la Unión Europea está dispuesto a conceder asilo a esos huidos de países en guerra. Nada nos podemos sorprender respecto a Salvini, ese fascista triunfante que gobierna Italia y que rememora tristemente tiempos pasados. Ni debemos esperar nada mejor de Víctor Orban en Hungría o de Mateusz Morawiecki en Polonia, pero es más decepcionante comprobar que ni el demócrata liberal de Macron ni la caritativa Mekel, con otros secuaces como ellos, los dirigentes de Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia, Finlandia, están dispuestos a cumplir los principios que dicen que rigen la UE sobre la libertad de circulación de personas, el asilo y refugio para las gentes que huyen de las guerras, de la persecución social y política, del hambre y del infortunio. Esta es la Europa democrática y humanitaria cuya Unión nos vendieron como la realización máxima de la defensa de los derechos humanos.
Ciertamente lo que más me hiere es que sea también el gobierno de España quien colabore a semejante infamia. Con el añadido de que el Open Arms navega con bandera española y de esa nacionalidad son sus tripulantes y capitán. El ministro de Fomento, José Luís Ábalos, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, tuvieron el cinismo de afirmar, ante la petición del capitán del Open Arms de que Pedro Sánchez interviniese con sus homólogos europeos para resolver la desesperada situación de los refugiados hacinados en su buque, que él no tenía legitimidad jurídica para hacer semejante solicitud. Subterfugio de burócratas que demuestra la absoluta insensibilidad de esos gobernantes que se llaman socialistas.
Hace un año con el episodio del barco Aquarius, cuando Pedro Sánchez acogió en el puerto de Valencia a las seiscientas personas que se hacinaban en él, se llenó la boca de declaraciones pomposas sobre derechos humanos. Acababa de ganar la moción de censura y quería mostrar, para satisfacción de la izquierda y de sus votantes progresistas, que era más compasivo y solidario que el resto de los gobernantes europeos. Pero, como tantas otras veces fue un estado de ánimo transitorio. Duró lo que su celebración al obtener el gobierno. Hoy, ante la tragedia del Open Arms y otros dos barcos que albergan a más de quinientos emigrantes, Pedro Sánchez calla como si el tema no fuera con él, ni aún siquiera ha realizado alguna gestión ante sus compinches de la flamante Unión para que se procediera a auxiliar rápidamente a los refugiados y se tomen medidas permanentes frente a esta tragedia que ha convertido el Mediterráneo en el mayor cementerio del mundo.
Recordamos la satisfacción con que Rodríguez Zapatero, recién elegido Presidente del Gobierno ordenó retirar las tropas españolas que había enviado Aznar a la guerra de Irak. Poco duró nuestra política pacifista. Hoy tenemos a nuestro ejército interviniendo en las que llaman “misiones” en quince países, entre ellos Afganistán, Irak, Líbano, donde las guerras se perpetúan, y el Estado Mayor diseñó los bombardeos de Libia que han destrozado ese país donde se perpetran las mayores atrocidades contra los emigrantes. Para algo pertenecemos a la OTAN.
Hace ochenta años miles de hombres y mujeres huyeron de España perseguidos por los fascistas por defender aquella buena República que nos arrebataron sangrientamente. Después del martirio de los campos de concentración franceses, muchos cayeron después en los nazis, los supervivientes pudieron exiliarse en decenas de países europeos y americanos que los acogieron. Ellos dieron un gran impulso a las universidades, las escuelas, las empresas, la investigación, y los más anónimos construyeron casas y calles y fabricaron coches y perforaron minas en los trabajos más duros. Contribuyeron decisivamente a aumentar la riqueza de esos países.
Octavio Paz decía que la Guerra Civil española no la ganó Franco sino México. Ya es sabido que el Presidente del país Lázaro Cárdenas recibió personalmente a los exiliados republicanos españoles a los que concedió en aquel mismo momento la nacionalidad mexicana. Ellos y ellas fueron decisivos para el gran desarrollo intelectual, artístico y económico de México mientras los “exiliados interiores” nos pudríamos en el infierno de la España fascista.
Hoy nuestros gobernantes, muchos descendientes de tantos resistentes contra la dictadura como fuimos, que presumen de progresistas y hasta socialistas, desprecian el caudal humano que llega a nuestras costas desde varios continentes, sin entender lo que pueden aportar a la escuálida situación económica que tenemos, sobre todo en esa España vaciada abandonada de todos los planes de desarrollo. Y son capaces de despreciarlos y abandonarlos en las enfebrecidas aguas mediterráneas, arguyendo motivos tan decisivos como que no tienen legitimidad jurídica.
Según los cálculos de los organismos europeos España necesita cinco millones de emigrantes en los próximos años para sustituir la fuerza de trabajo que las españolas no quieren producir, grandes provincias españolas tienen la densidad demográfica de Groenlandia, y esas personas que nos demandan asilo han sido expulsadas de sus países, sometidas a torturas, las mujeres siempre a violaciones, y saben que no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir si regresan.
Pero nuestros mandatarios europeos, esos que construyen la Unión de naciones más avanzada del mundo, que han difundido durante más de medio siglo sus ideales de democracia, igualdad y libertad, que se precian de defender principios de derechos humanos como la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte, que nos han llamado a votarles en las elecciones del 26 de mayo pasado con declaraciones pomposas de solidaridad entre todas las naciones, frente a la insolidaridad que representa el Brexit tan temido, los rechazan sin pudor alguno.
Lo que esos gobernantes no explican, para que nuestra ciudadanía permanezca ignorante, es cómo esta Europa se ha construido sobre la ocupación colonial del continente africano, el tráfico de esclavos que permitió amasar las mayores fortunas de las burguesías, las guerras que han impulsado y financiado las oligarquías europeas para seguir disponiendo de los recursos naturales africanos que les roban y de la fuerza de trabajo barata. El ejército de reserva de trabajadores, que definió Marx.
Por ese expolio que en algunos países, como el Congo, llega a la categoría de genocidio, del que nunca ha respondido Bélgica, los mandatarios europeos no han pedido perdón ni resarcido a sus poblaciones ni establecido tratados verdaderamente igualitarios con sus países. Se limitan a sobornar a los corruptos mandatarios africanos para que eviten la emigración a España. Así, nuestro gobierno pacta algunas compensaciones económicas con Marruecos, por ejemplo, para que impida que sus naturales se nos vengan a nuestro suelo, lo que significa aumento de la represión marroquí sobre los emigrantes que intentan atravesar el Estrecho de Gibraltar.
Hoy, Pedro Sánchez y su equipo se propone abandonar en el mar a cientos de personas desesperadas que huyen de las mayores tragedias que se pueden sufrir. Y luego volverá a pedir nuestro voto diciendo que son socialistas.
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