En el film Abuelas, una película sobre (y con) Abuelas de Plaza de Mayo, de Cristian Arriaga, podemos verlas contando su historia en primera persona: sobre sus vidas, amores y deseos. Una historia sobre el dolor convertido en búsqueda.
Por Manuela Bares Peralta, Editado en APU, Agencia Paco Urondo. Periodismo Militante.
Abuelas, una película sobre (y con) Abuelas de Plaza de Mayo es un testimonio presente de la vida de diez mujeres que construyeron sus casas, familias e historia de maneras diferentes, pero una época inundada por el terror y la pérdida las hizo encontrarse para siempre. Es una de las primeras veces que escuchamos entremezclarse las voces de Estela de Carlotto, Delia Giovanola, Sonia Torres, Ledda Barreiro, Buscarita Roa, Rosa Roisinblit, Ángela Barilia, Emilce Flores, Aída Kancepolski y Berta Schubaroff hasta convertirse en un único relato, el de su búsqueda; pero también el de quiénes eran y quiénes son ahora. La búsqueda de las abuelas abarcó países y generaciones, fue una de las primeras reivindicaciones compartidas y la gesta empecinada pero llena de esperanza de una democracia inmadura e imperfecta que quería quedarse.
Esta historia es sobre ellas, sobre sus vidas, sus amores y deseos. También es una historia sobre el dolor convertido en búsqueda. La búsqueda de dos generaciones, la de los hijos y los nietos. Esos que tanto imaginaron y amaron aún sin conocerlos. La película es una invitación a conocerlas sin intermediarios, como si compartiéramos una tarde con ellas. Mirándolas a través de las pantallas, con la ternura y la emoción de quienes miran a un grupo de valientes y de quienes tienen el privilegio de escuchar un testimonio que le ganó al miedo, a las injusticias y al tiempo.
Es difícil escribir sobre las Abuelas sin pararnos en nuestra propia historia y en lo que significan en ella, aún sin saberlo. No me animo, me parece injusto. Cuando tuve el impulso de escribir esta nota, Delia llegó a mi vida. Un amigo me habló de ella, de cómo la llevó a comer locro y de cómo le gusta ir en el asiento de adelante en auto. De lo que la quería y se divertía con ella. El amor con el que la contaba en pequeñas anécdotas y gestos, era el amor con el que narramos a nuestras propias abuelas, las que nos dio la herencia, pero también la vida.
Si intentara describirla, Delia es la abuela que parió la historia, la que no nació siendo madre ni abuela, la que la desaparición de su hijo Jorgito y su nuera Estela la hizo comenzar una búsqueda, la que circuló cada jueves alrededor de la Plaza de Mayo sabiendo que nunca más iba a estar sola, que la búsqueda de su hijo y su nieto estaba destinada a trascender el tiempo.
“Soy una madre que busca a su hijo y una abuela que buscó a su nieto”, me dice Delia desde el otro lado del teléfono. Su voz te saca una sonrisa, aunque la tuvieras lejos. La tristeza y los golpes parecen haberla endurecido sólo lo suficiente para empujarla a seguir buscando a todos los que faltan. Delia enviudó a los 37 años, afrontó la desaparición de su único hijo y de su nuera, aquella nena a la que le enseñó a escribir y quiso como a una hija. También sufrió la pérdida de su nieta Virginia, que tenía sólo tres años cuando sus papás desaparecieron. Unos años después de una de las pérdidas más grandes, la de la nieta con la que compartió la búsqueda, encontró a su nieto Martín, que vivía en otro continente.
“Cuando Virginia filmó Hermanos de Sangre, un documental sobre su búsqueda para encontrar a su hermano, pidió que incluyeran una traducción en inglés porque estaba convencida que Martín podría estar en cualquier lado. Virginia tenía razón, Martín estaba en Estados Unidos”.
“En mi vida sufrí muchos golpes, el suicidio de mi nieta me destrozó. Lo único que me calma la tristeza es pensar que me regaló 35 años de su vida”. Las pérdidas de Delia son muchas, aunque las disfrace con chistes y una personalidad arrolladora. Ella es la abuela cibernética, cada viernes se conecta desde su computadora para acompañar a los nietos en sus reuniones, también es la que anda siempre con el teléfono celular a cuestas porque el llamado de Martín siempre llega, aunque esté lejos, siempre llega.
Al igual que otras madres y abuelas, Delia prefirió saber a imaginar. Ella tuvo señales de vida de Estela y Jorge, de su cautiverio en el Pozo de Banfield, del nacimiento de Martín, de que su nuera logró pasar el cordón umbilical de celda en celda para que Jorge supiera que su hijo había nacido. Los testimonios de una compañera de cautiverio la ayudaron a reconstruir lo que les pasó, pero también fueron el impulso para no dejar de buscar. Delia prefirió saber a imaginar, pero como ella misma dice, en su caso, “la realidad fue más cruel”.
Delia es la abuela de muchos porque, como ella misma dice: “está orgullosa de todos, de los que encontraron y de los que faltan”. A todos los buscó con el mismo amor y deseo con el que buscó a Martín. Pero todavía hay muchas abuelas como Sonia y Ledda que sueñan con ese reencuentro y, aunque a veces el tiempo las inquiete o el no saber si van a poder encontrarlos a todos, tienen la certeza de que si no los encuentran ellas los van a encontrar los nietos, porque la búsqueda tiene que seguir.