Llevo unos días reflexionando sobre el artículo de Alejandra Borunda “la
sombra que divide” editado en la revista National Geographic del mes de
julio, con fotografías de Elliot Ross, que ha desarrollado un trabajo sobre la
resiliencia y adaptación climática de las comunidades indígenas en Alaska.
Alejandra Borunda base su trabajo en la ciudad de Los Ángeles, la misma que
planificó su construcción para que esa fuese al sol, dejando la sombra de lado,
pero con el cambio climático resulta que el sol ya no es una prioridad, así que
ahora se están planteando idear la construcción con referencia a las sombras
con el fin de que la gente no sufra el aumento considerable de las
temperaturas.
Todas las ciudades, incluidas Los Ángeles, se diseñan para dar vida a los automóviles,
sin tener en cuenta a las personas y su entorno vegetal, con prioridad del
asfalto y el hormigón, espacios por donde la gente camina sobre temperaturas altísimas
que perjudican seriamente a su propia salud.
En los barrios ricos de las ciudades se concentran la mayor proporción de
sombras, en esos lugares el vecindario se permite cuidar de los árboles por su
elevado poder adquisitivo, por el contrario, en los barrios más pobres, el no
cuidado y la falta de inversión pública se plasma en la falta de cobertura verde
y por lo tanto la falta de sobras.
El diseño urbanístico de las últimas décadas deja a los barrios pobres con
amplias avenidas y acera estrechas, eliminado todo tipo de vegetación que
dificulte el tráfico, no es así en los barrios ricos.
El medio rural tampoco se escapa al modelo inquisidor de las ciudades, así
vemos que han desaparecido los árboles de grandes copas en las plazas de los
pueblos, entorno de encuentro para la comunidad que buscaban sus sombras en los
meses caluroso. En este olvido de los grandes árboles, algunas veces muertos
por enfermedades, pero otras simplemente por cubrir de asfalto y cementos para
aparcamientos.
Otra vez los colectivos más frágiles y vulnerables tienen que sufrir, esta
vez no es la falta de trabajo, es la influencia del cambio climático al vivir
en barrios sin vegetación.
Los Educadores y Educadoras Sociales como profesionales que trabajan con,
para y desde la comunidad, deben intervenir para mejorar la calidad de vida de
todas las personas, sensibilizar que otro desarrollo y sostenible es posible,
sin distinción de barrios ni pueblos de primera o de segunda. El derecho a
tener sombras y frescor debe estar al alcance de todos y todas.
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