Palestinas se despiden de una víctima que, tras el ataque de un avión israelí, murió en Gaza.
Por Enrique Javier Díez Gutiérrez
Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León. Autor de Pedagogía Antifascista (2022) y Pedagogía del Decrecimiento (2024).
Artículo editado por Público, 11 de enero de 2025
Tras más de un año de genocidio en Palestina, se nos acaban las palabras para poder explicar a las futuras generaciones que fuimos cómplices, por acción o por omisión. No podremos alegar que no lo sabíamos -como se argumentó en la Alemania nazi-, porque las propias víctimas lo han retransmitido en directo a través de todas las redes sociales.
Cómo podremos educar para la paz en los centros educativos tras este genocidio que ha sido apoyado y financiado por Estados Unidos, la OTAN y la UE de la que formamos parte. Qué explicación podremos dar a nuestro alumnado del papel de la ONU que se ha limitado a hacer declaraciones o de nuestros representantes políticos que ni siquiera han roto relaciones con el régimen israelí, o han aplicado al menos, como a Sudáfrica durante el apartheid, una política de boicot, desinversión y sanciones, clara y contundente.
Nuestro alumnado está aprendiendo en vivo y en directo que los valores que proclamamos en las aulas, en los proyectos educativos, en los días de la paz o de la interculturalidad o de la igualdad, son solo eso, declaraciones. Pero que, si los poderosos, los que utilizan el dinero público de su ciudadanía para imponer sus intereses geoestratégicos, los incumplen reiteradamente, no pasa nada. Gozan de total impunidad. Están viendo cómo la autodenominada “comunidad internacional” mira para otra parte o contribuye a la barbarie, ya no con su silencio cómplice, sino con la inacción más absoluta ante la crueldad sistemática más inconcebible, pero real, que rebasa todo lo imaginable.
Me pregunto cómo podemos seguir explicando matemáticas, sin contar una y otra vez que las cifras más conservadoras apuntan a que más de 6.000 mujeres y 11.000 niñas y niños han sido asesinados en Gaza a manos del ejército israelí durante los últimos 12 meses, según la ONG Oxfam-Intermón. Que jóvenes como ellos, con armas en las manos, han asesinado en un año a más mujeres, niñas y niños en Gaza que en cualquier otro conflicto reciente durante el mismo período. O estremecernos ante el cálculo publicado en The Lancet por reputados investigadores estimando que han sido asesinados más de 186.000 palestinos y palestinas de forma directa e indirecta en este genocidio.
Cómo podremos seguir trabajando en clase de conocimiento del medio sin abordar que las armas explosivas de Israel impactan una vez cada tres horas sobre las infraestructuras civiles de Gaza, como escuelas, hospitales y puntos de distribución de ayuda. O en clase de lengua sin analizar la manipulación informativa y comunicativa de medios y políticos que utilizan el “derecho a defenderse” como arma retórica para justificar el genocidio de una potencia ocupante como es Israel en Palestina. O en el resto de las materias y asignaturas, mientras el ejército israelí sigue bombardeando campos de refugiados, donde los palestinos son desplazados, extenuados y hambrientos, porque ni siquiera permiten que pase ayuda humanitaria para que tengan agua o comida.
Cómo no sorprenderse ante las preguntas de nuestro alumnado cuando nos mire a los ojos en el aula y nos pregunte ¿y tú qué hiciste? Porque, aunque no paramos la invasión de Irak, al menos hubo una marea de población que gritó en las calles, una y otra vez, “no más sangre por petróleo”. Pero ahora parece que, tras más de un año, padecemos un síndrome similar al que vive la población israelí, que se ha convertido en cómplice también del genocidio.
En educación sabemos que la intervención ante el acoso y la violencia escolar no se centra solamente en la víctima y el victimario, sino en la reacción de quienes contemplan y conocen la situación. Si la apoyan, la consienten, la jalean o, por el contrario, se plantan ante el matón o el agresor. Pero también si miran para otra parte, se desentienden o no quieren conflictos y con su silencio permiten que se lleve a cabo y continúe.
En este genocidio pasa lo mismo. No es solo producto de una decisión política de Netanyahu (con tres investigaciones por corrupción abiertas contra él y que pudo ver así una salida a su posible futuro de cárcel) o de los dirigentes que gobiernan Israel, partidos ultraderechistas y fundamentalistas, cuyos líderes se enorgullecen públicamente de ser supremacistas y racistas. Solo una minoría insignificante de esa población israelí se ha mostrado abiertamente contraria al plan colonial de saqueo, expulsión y erradicación sistemática de la población palestina de sus territorios que ha practicado el régimen israelí, gobernara quien gobernase, en los últimos 75 años.
Es más, este era un plan que ya estaba diseñado desde hace años, como lo muestran las declaraciones del propio Netanyahu en entrevista "off the record" en 2001 y es la hoja de ruta del sionismo cuya finalidad declarada es apropiarse de Palestina, dado que, según esta doctrina, es la tierra elegida por su dios para los judíos y deben expulsar a toda la población palestina, como así lo han expresado los propios ministros Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir en declaraciones anteriores al 7 de octubre. De hecho, el ministro de Patrimonio de Israel, Amichai Eliyahu, ha reiterado su llamamiento a atacar la Franja de Gaza con una bomba nuclear y se ha jactado de que “incluso en La Haya conocen mi posición”.
Este síndrome de complicidad se ha impuesto en la población de Israel a través del sistema educativo, tal y como ha denunciado Nurit Peled, académica israelí e investigadora de la educación israelí: “En Israel hay una cultura racista que deshumaniza a los palestinos”. Analiza cómo esta educación israelí es traumatizante y agresiva desde los tres años, para que los niños y las niñas vivan el trauma del Holocausto y crean que hay otro holocausto a la vuelta de la esquina que van a perpetrar los árabes, haciéndoles creer que son los nuevos nazis que les van a exterminar. Los libros escolares enfatizan esto todo el tiempo, asegura. “Esta educación explica que haya tanta gente que dice ‘matémoslos a todos’, porque le tienen miedo a cualquiera, a todos”, afirma Peled. Lo cual provoca que mucha gente adolescente esté dispuesta a matar a cualquier palestino de cualquier edad.
Por eso no le sorprende que mientras niños y niñas palestinos son quemados vivos y despedazados por bombas de fósforo blanco del ejército israelí, prohibidas por las convenciones internacionales, se ven innumerables vídeos en las redes sociales donde jovencísimos chicos y chicas que integran las fuerzas armadas israelíes celebran el asesinato de niños y niñas. Riéndose de las masacres, diciendo que los palestinos son animales. Es como si en la puerta de los campos de concentración de Auschwitz los nazis alemanes hubieran montado fiestas burlándose de los prisioneros que iban a ser exterminados.
Por eso, si queremos poder mirar a los ojos a nuestro alumnado y a las futuras generaciones, desde la comunidad educativa debemos involucrarnos como lo está haciendo en la Educación Superior la Red Universitaria por Palestina y exigir también una solución internacional establecida y garantizada que pasa por la interposición de una fuerza de paz internacional que, como reclama el colectivo de profesorado universitario Uni-Digna, obligue al régimen israelí a aceptar
(a) Poner fin inmediato a la violencia de la ocupación, apartheid y colonización de Palestina que lleva realizando durante 75 años;
(b) La apertura de unos nuevos “juicios de Núremberg” para sancionar las responsabilidades en los diferentes crímenes contra la humanidad cometidos durante toda la ocupación y apartheid palestino y en este genocidio;
(c) La restauración de todo lo destruido y la recuperación y reparación de todo lo expoliado en estos años, a cargo de la parte causante de los daños;
(d) La creación de un Estado único laico y democrático en el territorio palestino donde puedan convivir personas de diferencias creencias, ideologías y religiones sin ningún tipo de discriminación;
(e) Un proceso de educación en la convivencia en igualdad y el respeto mutuo con otros seres humanos, y simultáneamente de deseducación y desaprendizaje sistemático respecto al sionismo imperante a través de un cambio radical de su sistema educativo.
Si no, no tendremos excusas ni argumentos para explicar a las futuras generaciones cómo fue posible tal nivel de barbarie, qué hicimos mientras tanto. Cómo pudimos seguir escribiendo o viviendo tranquilamente después de Gaza, como diría Adorno ahora.
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