lunes, 30 de marzo de 2015

Un voto por un puñado de lentejas



 
El Artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su apartado primero dice: Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
Los derechos humanos son garantías esenciales para que se respete nuestra dignidad como ciudadanos y ciudadanas, aprobados el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de la Naciones Unidas, han sido traducidos a 360 idiomas en el mundo. Los derechos humanos es el documento base que todo gobierno democrático debe aplicar a su población y a partir del cual se elaborarán las leyes que garanticen la igualdad y la convivencia.
La falta de alimentos, el desempleo, la marginación social, la pobreza, los desahucios, son problemas reales de cada día. Son situaciones que todo gobierno debe abordar y resolver desde un ámbito general de su territorio, pasando por los espacios autonómicos, provinciales y locales.
La alimentación, como una de las necesidades básicas, debe estar cubierta en cualquier familia, bien a través de un trabajo garantizado o de la aportación de unas rentas mínimas que cubra esa situación.
Las noticias se suceden en todos los medios de comunicación: estudios sobre el aumento de la pobreza,  las colas del hambre por las calles de todos los pueblos, el desbordamiento de los bancos de alimentos, la desnutrición de la población infantil, etc. Una realidad palpable, fuera de casos aislados, no podemos mirar para otros lado y solucionarlo con unos paquetitos de comida cada semana.
Aunque no puede estar de acuerdo con la distribución de alimentos a las familias, si tiene que ser así en estos momentos, hay que hacerlo buscando un nuevo modelo de dignificar esa recogida y eliminar las colas de los puntos de distribución, tratando de respetar la intimidad de las personas. Habría que desarrollar una buena gestión, de forma más equitativa, en función de la situación de cada familia.
Estamos en tiempo elecciones y hasta este recursos se vuelve aliado de los partidos políticos, su uso electoralista está a pié de calle, se juega con las familias con necesidades de alimentación, aportando partidas presupuestarias para la compra de esos recursos y aprovechándose de esa necesidad,  que muchas veces se distribuyen sin  una gestión eficaz y con un objetivo final, el obtener un puñado de votos. De esta manera surge el asistencialismo y la caridad, dejando en el  olvido los derechos sociales que las personas tienen.
Quiero terminar este post con estas palabras que nos pueden ayudar a reflexionar, son de Muhammand Yunus: La caridad no es una solución a la pobreza, sólo la perpetúa despojando a las personas pobres de su iniciativa. Nos permite proseguir con nuestra propia vida sin tener que preocuparnos por la de las personas pobres. Sólo sirve para aplacar nuestras conciencia”.
Samuel N.P.

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