Me he resistido a hacerlo publico hasta ahora pero os confesaré -sin que salga de aquí- que en las pasadas navidades, mientras paseaba por el Parque Natural de Los Toruños, cerca de Cádiz, fui abducido por una nave extraterrestre.
No relataré los humillantes y dolorosos experimentos que hicieron conmigo, porque son recuerdos penosos que prefiero no evocar, pero si diré que aquellos alienígenas dominaban el viaje en el tiempo y me llevaron hasta el año 2040 donde pude ver como será la participación social y ciudadana en el futuro.
Y eso es lo que quiero contaros en estas notas.
Diré primero que, a pesar de los agoreros que hoy vaticinan lo contrario, en 2040 siguen existiendo, más fuertes que nunca, los movimientos sociales. Como a lo largo de toda la historia humana, también en el futuro hay muchos hombres y mujeres que trabajan solidariamente por transformar el mundo. Parece que este impulso altruista y transformador forma parte del ADN de la especie humana.
Claro que en el futuro ya no les llaman “movimientos”, y no porque no se muevan que si lo harán, y mucho, sino porque quieren destacar otro de sus valores fundamentales. Les llaman “Encuentros Sociales”, subrayando así que las personas, para poder “moverse” y mejorar su realidad común, han de encontrarse primero, uniendo sus energías, sus emociones y sus inteligencias, organizándose.
A la suya, a su forma de organizar la gestión de lo común, de lo común-itario, la llaman -en el futuro- la “Sociedad Relacional”, porque la gobernanza se basa en las relaciones, en las conexiones, en la complicidad y la interacción entre todos los actores -sociales, públicos y privados- para analizar las necesidades, buscar las soluciones, tomar las decisiones y llevar a cabo las respuestas. Nadie sobra, todas las personas son necesarias.
Adelantaré que la Administración Pública ya no existe en el futuro, o, por decirlo más certeramente, es invisible, ya no es el eje omnipresente de todo y el referente central de la vida social. El protagonismo es de la gente, de sus “encuentros sociales”, y las administraciones cumplen el importante papel de facilitarlo y dinamizarlo, velando por el aprovechamiento óptimo de los recursos comunes.
Y la empresa privada -en la que la economía social, solidaria y cooperativa ha crecido hasta ocupar más del 50% del espacio económico– es socialmente responsable y está plenamente comprometida con el desarrollo de la comunidad y la protección del entorno natural.
Si, las personas están en el centro y sus relaciones son lo más importante a preservar, tal es el valor máximo que se le atribuye a la inteligencia colectiva y a la cultura de la cooperación.
De hecho la sociedad del futuro se estructura como una sociedad-red y el trabajo en red -activando y aprovechando todas las conexiones– es la forma fundamental de operar en todos los órdenes de la vida: la economía, la cultura, la educación, la salud, el trabajo, la gobernanza…
En el futuro ha sido superado y desbordado el concepto de “ciudadanía” (que ponía el acento en el espacio compartido, en la ciudad) y ahora gustan hablar de “cuidadanía”, de la “Sociedad del Cuidado”. Cuidado mutuo, de las otras personas, de las personas más frágiles, de las que precisan de mayor apoyo para crecer y alcanzar la felicidad. Las que necesitan mayor acompañamiento para incluirse plenamente en el proyecto comunitario. Cuidado de lo común, del entorno, de la naturaleza. Cuidado de los vínculos y las relaciones. Encuentro y cuidado. Y esto es en buena parte resultado de un papel destacado, del liderazgo de las mujeres en la gestión de lo común.
La sociedad ha descubierto -al fin- el valor esencial de la diversidad, que se considera una fuerza y un motor fundamental de cambio y progreso. En el futuro ha triunfado el mestizaje. Mestizaje de las personas, de las comunidades, de las culturas, pero también de las formas organizativas, de las metodologías y las fórmulas para dar respuesta a las necesidades y problemas. Las mujeres y los hombres del futuro creen y crean que, para preservar la riqueza de lo individual, de los pequeños grupos y comunidades, de las diferentes culturas, de las diferentes capacidades personales, no existe mejor solución que la suma, incorporarlo al patrimonio común, hacerlo de todos y todas.
Y, por eso, las asociaciones, las organizaciones ciudadanas, los encuentros sociales, son ejemplos de diversidad, y lo son sus formas de participación, que se han multiplicado y diversificado al máximo. Son formas -organizativas y participativas (ambos conceptos son -en el futuro- sinónimos)- extraordinariamente flexibles y permiten múltiples formas de vinculación, todas ellas “líquidas” (no duras, no burocráticas sino abiertas…) que facilitan el poner parte -participar- de mil maneras, entrando y saliendo, implicándose más o menos según las circunstancias y el momento vital de las personas.
Os confesaré mi perplejidad cuando descubrí que las subvenciones… ¡¡han desaparecido!! Las organizaciones y encuentros sociales han desarrollado nuevas formas de sostenimiento que ya no las hacen depender por completo de los presupuestos públicos. Estos, los fondos públicos, están más disponibles que nunca (y con menos burocracia que nunca) para financiar los proyectos comunitarios, construidos de forma cooperativa. Pero las organizaciones ciudadanas han desarrollado vínculos muy sólidos con la Economía Social y Solidaria y son capaces de sostenerse por si mismas, prestando distintos servicios a la comunidad y fomentando múltiples iniciativas productivas, preservando así su independencia y reforzando su papel de interlocutores -de igual a igual- con las instituciones administrativas.
En el futuro prevalece lo que llaman “la mirada glocal”, la conexión entre lo local, lo cercano, los barrios, el territorio de proximidad donde se desenvuelve la vida, y lo global, el mundo, el planeta, la humanidad. Ambas perspectivas son imprescindibles y complementarias para cualquiera de las actividades y dimensiones de la vida de la comunidad (la producción, el consumo, la ecología, la cultura, la educación y el conocimiento, etc.).
De todo lo que vengo contando, habréis deducido fácilmente la importancia decisiva que en el futuro tiene la comunicación, en todas sus formas y expresiones, como herramienta vertebradora de esta sociedad basada en la construcción colectiva y la cooperación. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (llamadas ahora “viejas tecnologías) son una herramienta de conocimiento y comunicación extraordinariamente evolucionada y plenamente integrada en la vida personal y colectiva. Aunque cabe aclarar que las futuras generaciones ya han superado el “sarampión” de las TIC y, para sorpresa mía, ya no se ven personas chocándose con las farolas y bolardos mientras “guasapean” por la calle. Y también destacaré que, frente a lo que nos vaticinaban los peores augurios, en el futuro se da más valor que nunca al encuentro presencial, al abrazo y el contacto físico, cara a cara.
Habría muchas más cosas que contar del futuro, pero nos llevaría mucho tiempo y tal vez haya nuevas ocasiones para hacerlo. Si os diré que, cuando pregunté a los hombres y mujeres de 2040 por qué, o cómo habían llegado a estas formas tan avanzados de participación y cooperación en la organización y gestión de lo común, que resultaban tan insólitas para alguien que, como yo, venía de la tumultuosa segunda década del siglo XXI, me explicaron que las décadas anteriores fueron muy duras para toda la humanidad y estuvieron llenas de desastres ecológicos, guerras y violencia, odios y fundamentalismos de todo signo. Y la especie humana estuvo al borde mismo del colapso total y de su extinción, lo que obligó a reinventar el mundo y las reglas de juego. No hubo más remedio si se quería preservar la vida en el planeta, o lo que quedaba de ella. Y las personas de bien se pusieron de acuerdo para subrayar lo que les unía por encima de lo que les separaba y para convencer o excluir a quienes se empeñaban en llevar a la humanidad al desastre (de hecho “exiliaron” a las nuevas colonias marcianas a quienes se empeñaban en seguir destruyendo el mundo).
Y todo esto lo cuento ahora -superando mi natural vergüenza y temor a ser tomado a chufla- porque, aunque nos queden por delante décadas de dolor para las personas y el planeta, y nos esperen muchos conflictos fruto de la sinrazón, del odio y de la avidez de unos pocos, al final del túnel hay una luz, un futuro luminoso en el que inevitablemente prevalecerá la cooperación y la solidaridad, la inteligencia colectiva de una humanidad que -aunque muchas veces parezca lo contrario- nunca perderá el rumbo hacia la felicidad.
(Intervención en la mesa redonda “Regreso al Futuro”, dentro de las Jornadas de Participación Ciudadana “Participolis: construye ciudad“, celebradas del 30 de noviembre al 2 de diciembre de 2015, organizadas por el Área de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria)
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