Publicado por Marco Marchioni el mayo 8, 2017
En una interesante entrevista (“Crónica” del 7 de mayo 2017), Daniel Cohn-Bendit -que fue el líder del Mayo francés del 1968- entre otras cosas, afirma que “hay que reinventar la democracia con fantasía’ y, refiriéndose a Francia –pero no solo a Francia-, añade: “Hemos llegado hasta aquí poco a poco, porque en los últimos 20 años, si no más, este país no ha sabido resolver sus problemas. Durante años y años el Gobierno de Sarkozy, el de Hollande y los anteriores no han sido capaces de frenar el crecimiento del desempleo y el aumento de las desigualdades sociales. Y ahora tenemos lo que tenemos: dos Francias. Una que trabaja y tiene energía y otra que se siente al margen, que no participa”. Creo que estas afirmaciones pueden valer por España y, hasta donde yo sé, también para Italia y Grecia, es decir: por lo menos por el conjunto de los países que forman la Europa del Sur. Países en los que hemos asistido a un creciente deterioro de las instituciones públicas, que han hecho tambalear la confianza en el sistema democrático al mismo tiempo en que los cambios globales ponían en discusión, y convertían en obsoletos, los instrumentos y los mecanismos tradicionales de contención y protección públicos, como los sindicatos y el Estado de bienestar y de derecho, gestionado manera asistencialista y sin contar con la participación de la ciudadanía.
Hasta que el crecimiento económico se mantuvo estas debilidades y estas negatividades no aparecieron en toda su peligrosidad, pero con la crisis y con los cambios derivados de la globalización del sistema capitalista y su financiarización, éstas explotaron creando un complejo caldo de cultivo con salidas populistas y reaccionarias.
Llevamos muchos años denunciando la crisis del sistema democrático, las carencias de los partidos políticos, etc. etc., pero esta denuncia no puede ir desvinculada de una afirmación absolutamente tajante: la solución posible solo podrá estar en la reconstrucción (con ‘fantasía’, como dice Cohn-Bendit) de un sistema democrático profundamente renovado, que tenga en la participación de la ciudadanía un eje y una referencia constante. La dicotomización en acto solo puede ser frenada y contenida poniendo en marcha procesos inclusivos en los que todo el mundo se sienta partícipe y contando con una profunda socialización de los conocimientos que permitan comprender y afrontar solidariamente una realidad compleja y en gran medida nueva que requiere respuestas, en gran medida también, nuevas.
En estos procesos tiene que jugar un papel muy importantes el conjunto de los recursos técnico-científicos que gestionan servicios sociales comunitarios, saliendo de sus consultas, estableciendo nuevas relaciones con el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas, trabajando de manera colaborativa y trasversal… Las fuerzas políticas que sabrán promover y dirigir democráticamente estos procesos serán las que podrán aspirar a gobernar y a gestionar un nuevo y más vital sistema democrático.
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