Hoy es 20 de junio, DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS REFUGIADAS, pero lo de los días mundiales sirve para algo, o es para ocupar los informativos de los telediarios. La ONU hace referencia a los DÍAS MUNDIALES como esos momentos que nos dan la oportunidad de sensibilizar al público en general sobre temas de gran interés, tales como los derechos humanos, el desarrollo sostenible o la salud. Al mismo tiempo, pretenden llamar la atención de los medios de comunicación y los Gobiernos para dar a conocer problemas sin resolver que precisan la puesta en marcha de medidas políticas concretas.
Este 20 de junio coincide con la firma de la Convención sobre el Estatuto de
las Personas Refugiadas del año 1951. Se aprobó después de la Segunda Guerra Mundial y el 4
de diciembre del 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió
dedicar la fecha a las personas que habían tenido que huir de sus casas porque
en sus países peligraban sus vidas. El Estatuto de las Personas
Refugiadas es un documento oficial que defiende unos derechos de estas personas
y establecer una serie de obligaciones que los países deben
cumplir para protegerlos. En el mundo, 145 países han firmado la Convención.
La Convención de 1951, que define quien es una
persona refugiada, contiene una serie de sus derechos y también pone de relieve
sus obligaciones hacia el país de acogida. La piedra angular de la Convención
es el principio de no devolución. De acuerdo con este principio, una persona refugiada no debe ser devuelta a un país donde
se enfrenta a graves amenazas a su vida o su libertad. Esta protección no puede
reclamarse por personas refugiadas que están considerados un peligro razonable
para la seguridad del país, que hayan sido condenados por un delito
particularmente grave o que se consideren un peligro para la comunidad. (Página
web ONU).
Si hablar de personas refugiadas es
hacer referencia a violencia, hambre, guerras, persecuciones, diversidad sexual
y de género, desastres naturales, esta vez se añade un premisa más, el Covid-19,
que penetra sigiloso en esta población doblemente en situación de
vulnerabilidad, por su hacinamiento y falta de medidas higiénicas, a lo que hay
que añadir también la extrema pobreza, escasez del agua y también la falta infraestructuras
de salud.
La situación en los campos de personas
refugiadas es caótica, los ha sido siempre, pero ahora con esta pandemia muchos
más. Por poner un ejemplo, el campo de Moria (Grecia), situado en la isla de Alepo,
está destinado para 3000 personas, ahora están viviendo 20.000. La realidad es
que respetar la distancia de seguridad es imposible. Otra de las poblaciones
refugiadas que están al borde del precipicio, son las pertenecientes a las
etnia “rohingya”, que son más de 860.000 los que viven en el campo de Cox,s
Bazar, y que según ACNUR la densidad de población de dicho campo es 40 veces
superior a la del promedio de Bangladesh. Faltan espacios para aislar a las
personas con el virus, material médico para el tratamiento, test de pruebas,
elementos para la desinfección,…, por decir algo, falta de todo.
A todo esto hay que añadir el cierre de
fronteras de muchos países, lo que está impidiendo que las personas refugiadas lleguen
a lugares más seguros y con mínimos que les ayuden a sobrevivir, están quedando
en tierra de nadie, con un aumento considerable de la propia violencia de
género y los abusos a menores.
Tenemos
que hacer referencia a la población que todavía su vulnerabilidad es más
extrema, los menores, y que según UNICEF dice que no estamos hablando de una
cifra reducida de personas. En la actualidad hay 31 millones de menores que han
tenido que abandonar sus hogares. De ellos, 17 millones son desplazados
internos, 12,7 millones son refugiados y 1,1 millones son solicitantes de asilo.
Todos ellos necesitan algún tipo de asistencia. La mayoría no pueden permitirse
el lujo de llamar a un médico cuando se enferman, de lavarse las manos cada vez
que lo necesiten o de poner en práctica el distanciamiento social para frenar
la transmisión de la enfermedad.
Pero dentro de esta situación de
angustia y desesperación, también hay pequeños acciones de solidaridad entre
las propias personas refugiadas. Así podemos de hablar del caso de Zeinabou que
accedió a un programa de formación en sastrería de ACNUR en Níger después de huir
de Mali. Ahora trabaja en una tienda de costura y se dedica a la elaboración de
mascarillas para las personas refugiadas.
“La grandeza humana no reside en el
dinero o el poder, sino en el carácter y la bondad”. Ana Frank, escritora y
refugiada de la II Guerra Mundial.
Samuel N. P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario