sábado, 12 de diciembre de 2009

Obama y Haidar

Alguien se atreve a explicar a un niño o una niña qué es un Nobel de la Paz? Yo no. Menos aún, después de ver en Oslo a Barack Obama y acto seguido a Aminetu Haidar en el aeropuerto de Lanzarote. Obama admite ser un Nobel de la Paz que «preside un país entre dos guerras». Pero, las suyas, defendió en Oslo, son «guerras justas». Y a Haidar se le acusa de estar «mal aconsejada» por desear volver a su país «con pasaporte o sin él», «viva o muerta».
Acabáramos. Lo mismo que Obama piensan sus enemigos. Claro que ellos son el «mal». Y ¿Estados Unidos es el bien?, se preguntará la criatura. La dualidad de buenos y malos es demasiado simple como argumento, pero tiene gancho. Es una dualidad ungida de divinidad. Por eso triunfó durante milenios. Hasta que hubo quien cayó en la cuenta en que se trataba de otras cosas: riqueza y pobreza, división sexual del trabajo, explotación, racismo...
Obama reconoció que la violencia «nunca trae la paz permanente» ni soluciona «un problema social, simplemente los crea nuevos y más complicados». Cuánta razón tiene, pero no lo pone en práctica ni dice toda la verdad porque no explicó en su discurso lo que cuesta una guerra, ni las vidas de buena gente que se lleva por delante. No dijo tampoco que la guerra es un instrumento para perpetuar la hegemonía de su país en el mundo.
Aminetu Haidar realiza una lucha pacífica al reclamar su retorno a El Aiún y sacar a la palestra el olvidado conflicto del Sahara Occidental que los intereses económicos (siempre hay que seguir la pista al dinero) mantienen silenciado. Ella está dispuesta a morir pacíficamente por el derecho a ser saharaui. Y no es un capricho personal. Es el deseo de un pueblo dividido entre el Sahara Occidental y el exilio. Un pueblo que resiste heroícamente a la indiferencia de los «buenos».
Autora: Ana Gaitero, del Diario de León del 12 de diciembre de 2009

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