
Ya tenemos lo que queremos escuchar, miramos la carpeta, los diseños son impresionantes, algunas veces el disco se conoce por el dibujo que muestra. Ese disco de Led Zeppelín, está muy bien, no me acuerdo de su título, pero tiene el retrato de una persona mayor que lleva un haz de leña a sus espaldas, de repente, todos sabemos a que LP se refiere, el que contiene unos de los temas más preciosos de esa banda, “escalera al cielo”.
Seguimos, abrimos la carpeta, sacamos el disco con mucho cuidado, miramos los temas, lo colocamos en el plato y con otro cepillo especial, limpiamos el polvo del propio disco, todo esto con delicadeza. Luego se coloca la aguja con mucho cuidado y comienza a sonar, que maravilla. Seguramente que en la carpeta vienen las letras de las canciones, las vamos leyendo, si están en inglés y no sabemos, no importa, las tarareamos al unísono con el sonido que sale de los altavoces.
Lo fastidioso de los vinilos, de los LP, es que cada veinte minutos hay que ir a darles la vuelta, pero no importa, forma parte del ritual. También que en los vinilos se rallan las canciones, pero tampoco importa, se salta ese tema y se aprovechan los demás. Y luego está el volver a meter el disco en su lugar, posiblemente se encuentren etiquetados, por estilos y por años.
El ritual del vinilo es aplicable a mi trabajo en Servicios Sociales de Base. Cuando preparo con mis compañeras las entrevistas, las visitas o la propia elaboración de un proyecto, recogemos información, analizamos documentos, escribimos, repasamos, mimamos cada tarea, sacamos y metemos papeles de los archivos, etc. Cuando todo está en marcha, hacemos un seguimiento de como está desarrollándose, si algo no sale como estaba previsto, no se desecha, se reutiliza y se aprovecha lo mejor.